La Victoria del Ritmo: Homenaje a Victoria Santa Cruz por el centenario de su nacimiento

La Victoria del Ritmo: Homenaje a Victoria Santa Cruz por el centenario de su nacimiento

Victoria Santa Cruz fue una transformadora. Inventó nuevas formas de bailar danzas tradicionales, fue maestra en una de las universidades más prestigiosas del mundo y es un referente de la presencia afrodescendiente en toda América Latina. Nacida el 26 de octubre de 1922, Victoria es hija de Don Nicomedes Santa Cruz Aparicio, escritor y dramaturgo de raíces africanas, y de Victoria Gamarra, destacada bailarina de zamacueca y marinera. Cuenta Victoria que a su padre le debe sus primeros encuentros con Wagner, Mozart y Shakespeare. Por otra parte, su madre le enseñó el “sabor” y conocimiento que hay detrás de la danza, del canto y del ritmo. Es por esta confluencia de vertientes que el arte de Victoria escapa al género. Hay algo de teatral en su música, de danzario en su teatro y de poético en sus coreografías. 

El genio de Victoria, sin embargo, estuvo orientado a integrar a la familia humana. Esta vocación se debe a que Victoria también fue víctima del racismo de su tiempo. En una entrevista con Marco Aurelio Denegri recuerda vivamente cuando una niña de su barrio le dijo a las demás: “si juega la negra, no juego yo”, y desde entonces las demás niñas la excluyeron. Pese al dolor que generó esta experiencia, Victoria no se dejó caer en el vacío, más bien le dio un nuevo significado a ser negro. “Negra, ¡sí!, negra, ¡soy!” canta cerrando de manera poderosa su poema teatral Me Gritaron Negra. Pero esta afirmación es también reflejo de su opción de vida: crear arte que transforme tanto al artista como al público y enseñar a estudiantes de toda proveniencia, en el Perú y en el extranjero. Al cabo de su experiencia como maestra de teatro y ritmo en la prestigiosa universidad Carnegie Mellon en los Estados Unidos, donde recibió el título de profesora emérita, Victoria afirma que el Ritmo (con mayúsculas) es una fuerza superior que trasciende el color y le pertenece a la familia humana. 

 

Estamos acostumbrados a pensar el Ritmo en términos musicales (compás, duración, cadencia), pero para Victoria significa primeramente conexión. “No hay conexión sin mutación, no hay mutación sin conversión, no hay conversión sin acción, no hay acción sin ritmo”, dice Victoria. En las acciones de los músicos que tocan juntos tiene que haber conexión para que el sonido devenga música que nos conmueva. Lograr esa conexión de grupo requiere un proceso de conversión en el que los músicos aprenden a escucharse y a sincronizar. En general, en la acción se conectan nuestra voluntad y nuestro compromiso de actuar con la transformación que queremos ver. Por otro lado, actuar nos permite conectar con los demás y con el mundo. Nuestra acción transforma el mundo y el mundo también nos transforma. 

 

El Ritmo puede iluminar nuestra vida cotidiana si nos quedamos con tres cosas que Victoria nos enseñó. La primera, el Ritmo es para todos. La acción comprometida genera conexión, y podemos actuar sin importar cuál sea nuestro oficio ni nuestra condición económica, étnica o social. Actuar es crear y transformar, y todo ser humano tiene la necesidad de crear para ser pleno. La segunda, lejos de temerle a nuestras diferencias, hay que aprovecharlas para actuar, ellas son nuestra fuente de energía. Victoria no se avergonzó de su color ni de sus raíces, por lo contrario, renovó el significado de la negritud en nuestro continente al crear música, danza y teatro negro que después se hizo universal. La tercera, no sólo hay que cultivar la conexión interna, sino la conexión con los demás. Por ende, no podemos ceñirnos al egoísmo ni al individualismo. Busquemos actuar para los demás y con los demás. Encontremos compañeros y compañeras de creación, gente distinta a nosotros pero que comparta el afán de aportar a la sociedad con sus talentos. 

 

Hasta Octubre de 2023 continuaremos celebrando el centenario del nacimiento de Victoria Santa Cruz. Creo que el mejor homenaje a su noble figura es hacer nuestro el Ritmo. Que nuestras acciones contribuyan a  una identidad colectiva y al bien común, más aún cuando nuestra coyuntura suplica reconciliación y conexión.

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